C R Í T I C A |
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El cuarto film estrenado de la Fantastic Factory, la división dedicada a saciar los más bajos instintos fantaterroríficos del personal, de la productora catalana Filmax de Julio Fernández, proyecto que lleva rodando desde finales del siglo pasado bajo la dirección del mundialmente conocido productor/director, cuyo nombre ya infunde un cierto temor, Brian Yuzna, se esperaba para el que esto escribe con bastante ansiedad. De hecho nos consta que pronto verá la luz la quinta aventura: una secuela de, cómo no, el clásico Reanimator a manos del propio Yuzna. Pues decía, expectación, si tenemos en cuenta la calidad creciente de sus títulos, ahí está la reseñable Dagon, más aún, sabiendo que si los anteriores trabajos habían estado en manos de conocidos cultivadores del género a nivel internacional (Stuart Gordon, Jack Sholder, Yuzna), alguien de aquí, Jaime Balagueró, cuya opera prima "Los sin nombre" nos sorprendió gratamente, sería el director de la pieza, además de su co-escritor. Pero el resultado, tal como a continuación explicaré, no cubre las espectativas, que en mi caso, como he dicho, eran muchas, si bien, finalmente el balance es una aceptable obra al estilo de la serie B norteamericana, pues, sin duda, parece este mercado el destino final del film, cuyas aportaciones reseñables son la construcción de una efectiva atmósfera de misterio que va en aumento hasta el desenlace final, sin efectistas sobresaltos y sí una notable angustia, sobre todo, en el escenario principal que es la casa alrededor del omnipresente centro temático que es la oscuridad. La película va de casas encantadas, con una familia padre-madre-hija universitaria-niño, recién llegada de USA a Barcelona, que alquila una misteriosa casa en el campo para iniciar una nueva etapa en sus vidas, y nos remite a clásicos norteamericanos como Terror en Amityville (The Amityville horror, Stuart Rosenberg, 1979) o El resplandor (The shining, Stanley Kubrick, 1980), o más directamente, por su similitd temática, a la italiana La secta (Michele Soavi, 1991) y la puesta en escena de la cinta remite a cualquier producción yanqui al uso. Fausto, primera producción de la Fantastic, pese a estar rodada en Barcelona emulaba a cualquier ciudad estadounidense pero aquí la casa que la familia protagonista acaba de alquilar es la típica casa yanqui, siniestra, de madera tipo Psicosis, hacen una fiesta de bienvenida típicamente americana, sucede que un electricista acude a reparar una supuesta avería y habla perfecto inglés, y en los atascos la gente discute también en inglés. Esto es un anacronismo claro, que resta fuerza a la película, sobre todo en los momentos iniciales, algo faltos de brío, es casi un telefilm. Salvado el inicio, nos adentramos en la película y las primeras escenas del hijo en su habitación y las figuras siniestras acechando en la oscuridad intuimos un tufillo a otras cosas tan en boga actualmente; ¿un refrito de poderes ocultos tipo "Los otros" junto con un toque Shyamalan? O no coincide en la cartelera con otra producción hispana, "Los que miran", de igual temática fantasmal. El guión avanza y descubrimos los tejemanejes de una siniestra secta maligna que está detrás de los oscuros misterios. Y como en otros títulos egregios del género hasta miembros de la propia familia están metidos hasta las cejas en el follón que aisla amenazadoramente al niño Paul y a su hermana Regina hasta el desenlace final. Entre medias asistimos a otras convenciones: escenas de investigación en bibliotecas donde curiosos manuales informan de infaustas sectas, el valiente enamorado de la chica que interpreta un poco afortunado Fele Martínez, fotógrafo para más señas que adivina distraídamente las consabidas presencias extrañas en unas fotos de su novia, el recurso al tercero, típico médico o científico, que en este caso es el presunto arquitecto de la famosa casa, que desvela la misteriosa historia. En suma aportes convencionales que sólo el buen tono de la atmósfera de creciente opresión y misterio en las escenas que se van sucediendo en la casa donde la presencia de figuras en la oscuridad se va haciendo cada vez más angustiosa. Buena parte de estas escenas críticas están trufadas de brevísimos flashes, algo que ya ocurría en su anterior película "Los sin nombre", donde las presencias ocultas o hechos pasados aparecen brevemente como interferencias traídas desde las catacumbas del pánico. Pese a las raices genéricas, incluso la adscripción oportunista a una temática coyunturalmente exitosa, Darkness comparte con su predecesora una innegable similitud en la historia, con la dichosa secta alrededor de niños secuestrados o desaparecidos que persigue un fin maligno al que es imposible sustraerse. En la vertiente actoral, la discreción es la nota dominante: el padre (Iain Glen) no convence en su emulación de un Nicholson de pacotilla que va perdiendo sus cabales; el niño (Stephan Enquist) ni fu ni fa; la madre (Lena Olin) da un cierto tono de maligna ambigüedad; el consabido malo (Giancarlo Ferre) está un poco traído por los pelos; sólo la chica que en principio no pasaba de su papel de chica pija yanqui tiene una evolución interesante. Tampoco es la prototípica neumática nena ya que todo en Darkness es comedido: no hay sexo, gore al uso, ni pirotecnia efectista que reseñar y las escenas más climáticas se resuelven con el fundido en negro y a otra cosa mariposa: el destino del arquitecto absorbido por la misteriosa oscuridad del pasadizo del metro, incluso en la escena final, los protagonistas adentrándose en el túnel resultan significativamente asépticas.
En suma, un film estándar para el fácil consumo
internacional, con una atractiva atmósfera de creciente miedo en torno a
la oscuridad que reina en la siniestra casa, con algunas escenas de
conseguido clima, que hacen equilibrar un balance lastrado por los
comentados convencionalismos. Calificación: 5,5 (sobre 10). G.R. , octubre de 2002.
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