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Desde
que el año pasado íbamos teniendo pistas de este proyecto, una película
de fantaterror, que recupera a un veterano actor y cultivador de este
género, Jacinto Molina alias Paul Naschy, relegado prácticamente al
olvido desde finales de los ochenta, con apariciones tan escasas como
poco recomendables –desde la autoparodia en “Aquí huele a muerto” (1989)
o las más recientes, el killer-on-the-loose “Schoolkiller” (2002) o
“Mala sangre” (2003) donde interpreta al jefe de una banda de porculeadores alienígenas- y a falta de conocer el film “Hambre mortal”
dirigido por Toni Escalonilla en 1996 y sus logros en su reciente
aventura californiana en la que ha intervenido simultáneamente en dos
films – “The unliving” dirigida por Fred Olen Ray, y “Countess Dracula’s
Orgy of Blood” de Donald Glut-, y encima con un papel protagonista, la
ansiedad para los fans, que no cesan de interesarse por su trabajo, era
equivalente a la resurrección de las peripecias del hombre lobo Waldemar
Daninsky en el pobre film “Licántropo”, dirigido por Francisco R.
Gordillo en 1996, dentro de esta etapa inane que glosamos. El
planteamiento apuntaba al genial Naschy interpretando a un serial killer,
como en la antes mentada Schoolkiller, que la emprenderá con el tan
denostado como aplaudido mundillo rosa (ya se sabe el marketing
cinematográfico apelando los más bajos instintos). Si a esto añadimos
que el guión lo firma el propio actor, el film, dirigido por un
debutante, Christian Molina, promete.
Rojo Sangre mezcla tragicomedia y fantástico en escenarios, situaciones
y con personajes propios del género, incluyendo al mismo Naschy, un
tótem en sí mismo, que aporta un claro regusto biográfico y de homenaje,
aderezado con detalles de gore, que, en mi humilde opinión, resulta
bastante fallida, si bien, el resultado sólo se salva por la estimable
presencia del protagonista, lo que también puede suponer un lastre al
caer en la egocéntrica autocomplacencia. La sensación final es haber
asistido a una serie de escenas deslabazadas, alguna que otra reseñable
pero sin una sensación de conjunto sólida, careciendo, en general, las
de acción de fuerza e invitan más al cachondeo quizás porque la línea
entre comedia y acción fantástica no esté bien definida.
La
producción corre a cargo de la barcelonesa Canónigo Films relacionada
con el ínclito Ricardo Bofill Jr. . La línea seguida es la de no haber
reparado en medios, con los últimos adelantos en tratamiento digital,
circunstancia usada hasta el abuso en la segunda mitad del film. Un cine
que apuesta por el divertimento, como sus vecinos de la Fantastic
Factory.
La
realidad de los primeros momentos del metraje, pues lo mejor son los
primeros veinte minutos, es un film que desde los mismos títulos de
crédito son un homenaje claro a la figura de Paul Naschy, uno de los
mitos y pioneros del fantaterror hispano en sus diferentes vertientes de
actor, guionista y director, una carrera que parece dar los últimos
estertores a nivel interpretativo. Una serie de fotos de Paul en
películas fetiche suyas (como El jorobado de la morgue o El gran amor
del Conde Drácula, etc.) van pasando a modo de diapositivas con los
nombres del resto de actores que le acompañan en esta película. No
entiendo muy bien este propósito, además de anticiparnos ya el homenaje,
a no ser que hacer más hincapié si cabe en que la peli es Paul y más
Paul y el resto sobra. La historia de Pablo Thevenet, un actor veterano
venido a menos que, en un trasunto del propio Paul (que tiene 70 años en
realidad), lucha en inútiles castings para rodar ingratos spots
publicitarios o contra representantes sin escrúpulos que le condenan a
la jubilación anticipada. Una circunstancia adicional, el destino de la
recaudación del estreno, al menos en la premier madrileña, para la Casa
del Actor, con el auspicio del propio Paul, nos pone en la órbita de
esta problemática de la inseguridad económica de los actores. La
presencia del actor Saturnino García que interpreta a un vendedor de
cuchillos en una de las escenas más interesantes que marca la
precipitación de nuestro personaje por los senderos del maligno, y en mi
opinión, también el inicio de la caída del film hacia la monotonía,
también me lleva a pensar que esta primera parte de la cinta es una
suerte de comedia negra al estilo de “Justino, un asesino de la tercera
edad” (1994) con un derrotado Paul/Pablo arrastrando su abatido
esqueleto por estudios y pruebas sin ningún éxito. La desgracia personal
del protagonista, olvidado, pobre y sin familia, acentúa el tono
melodramático. Sucede que en plena debacle moral donde la profesión
parece cerrarle las puertas, para salvarse del hambre decide firmar un
acuerdo para hacer de clown y lucir extravagantes disfraces en la
entrada de un garito de alto postín. Pero no tiene aprendida la lección
y no se lee las condiciones del contrato sin saber que acaba de caer en
las redes de una secta satánica, algo que no le es ajeno pues en su
biografía “Memorias de un hombre lobo” recrea algunos peculiares sucesos
de su vida pues ha declarado que el Diablo está presente en nuestras
vidas, a veces metamorfoseado en un infame productor, y no pocas veces
en su carrera ha gustado tocar el género (Inquisición, El caminante).
Así, cae en las garras del mismo Satán, un apocado magnate llamado
Reficul – la comparación con la vecina Faust de Brian Yuzna para la
Factoría fantástica no es baladí, con idéntico demonio protagonizado por
un chulo rubiales y séquito femenino-orgiástico ad hoc -. El mito de
Fausto en categoría involuntaria. ¿Despropósito de guión? A partir de
aquí todo se desboca y por un influjo maligno del contrato recién
firmado el finado Pablo se agencia una partida de útiles de carnicería
para perpetrar sus primeros crímenes, lo que ocurre en una de las
escasas escenas de atractiva planificación pues fusiona, intercalando
los planos de sus primeros asesinatos: el de un director modernillo y
listillo que le propone figurar en una escena indigna de su talento y el
de su amante-actriz bocazas (una tal Yola) con la narración de los
mismos a su ineficaz y aterrado manager, que correrá tras ellos la misma
suerte. Unas cuantas escenitas gore más salpican el metraje: aquella en
que Pablo Thevenet da cuenta de un productor, o director no recuerdo, y
su tontita actriz en un parking, con el aliciente de ver a Paul
disfrazado en la penumbra del siniestro Gilles de Rais, que otrora ya
interpretó en alguno de los títulos totémicos de su carrera (El espanto
surge de la tumba y Latidos de pánico), con lo que una vez más persiste
el elemento autobiográfico, todo ello con estética de video-clip y comic
que acompaña el resto del film donde el trucaje digital chirría más de
lo conveniente en contraposición con el tono austero del primer tercio
del mismo. Importa más la carga simbólica del travestido Paul en uno de
sus míticos personajes más que el tono gore de la escena; de hecho el
asesinato de la fémina acompañante queda sólo sugerido. Misma atmósfera
hay en otra escena de asesinato posterior donde el poseído Thebenet
acude a casa de algún insigne productor/director usando uno de los
Murillo, sí la dichosa estatuilla (en clara referencia al Goya), como
arma para consumar el asesinato. Nuevamente el matiz irónico, misógino
y, como no, biográfico, pues aquí tras un plano de situación en el que
adivinamos a la pareja en pleno acto extra-conyugal, el crimen está
filmado reflejado en la pared apenas iluminada desde la calle en una
escena bastante expresionista donde ahora es el turno de Jack el
destripador, otro conocido personaje de Paul.
El
fracasado Thebenet se convierte así en azote de productores sin
escrúpulos, incluso se permite recrear un suceso al parecer real en la
figura de un colega que le robó una historia (como el propio Paul nos ha
denunciado en sus Memorias). La peli se convierte por momentos en una
explosión emocional, y asesina, de toda la rabia que el bueno de Paul
parecería haber acumulado contra aquellos colegas deshonestos del mundo
del cine. Como a perro flaco todo son pulgas, una oportunidad para
dirigir le lleva a entablar relación con otra secta siniestra; ni más ni
menos que unos productores, Guillermo Montesinos (que induce a la risa
más que infunde horror, qué desastre) y, otro secundario mítico del
fantaterror hispano, José Lifante, entre ellos, una compañía de cine
snuff, que ruedan sus pelis en un panteón en el cementerio de Montjuïc.
Decididamente el tono dramático inicial ha devenido, por no decir,
corrompido en un desenlace descabellado en el que vemos al incauto
Thevenet intentar desembarazarse de sus siniestros jefes en unas escenas
en las que la mala suerte que sufre el protagonista más invitan a la
chifla o lástima que a la sorpresa. Concluye el film con el fatal
desenlace de nuestro protagonista a manos de la habitual policía, un
anti-héroe Thevenet que nos cae simpático a pesar de sus desmanes, como
ocurre en muchas buenas películas de terror. Una escena rodada con
estética de cómic que se recrea en la trayectoria de la bala y revela
con ese fondo rojo (que caracteriza a todos los diabólicos personajes
que han ido desfilando en la trama) en el que finalmente se aloja, la
categoría maldita del personaje incapaz de superar su fatal destino.
Una hilarante posdata final ¡con la entrega del anhelado Murillo! a
nuestro siniestro protagonista, un invisible Leonardo nosequé, el
trasunto maligno del terrenal Thevenet, a manos de una Rosa Mª Sardá que
parodia (y van ...) una entrega de los Goya al mejor actor con cameos
del propio director Christian Molina o del escritor Juan Manuel de Prada,
a la sazón gran admirador de Paul Naschy y del fantaterror español.
Final cómico-alegórico, pues: otra vuelta de tuerca al autohomenaje
irónico, como ya había ocurrido anteriormente en su carrera con “El
aullido del diablo” (1987), cinta dirigida por él mismo y ¡protagonizada
por su hijo!. Los aficionados esperamos un más correcto homenaje, una
película de aventuras terroríficas, o varias, cargada de toques góticos
a la vieja usanza, para dar colofón a la carrera emblemática del genial
Paul.
Calificación: 4,5 (sobre 10).
Lain Coubert
Madrid, abril de 2004.
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