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José Luis Merino fue un cineasta indómito que cultivó varios géneros –western, aventuras, hazañas bélicas- y que no le hizo ascos a filmar fantaterror aprovechando el auge del género desde finales de los 60 y primeros 70. Y aunque no se especializó en el mismo, como un Klimowsky, si dejó varias perlas: la menos conocida, Las cinco advertencias de Satanás (1969), Ivanna (1970) y La orgía de los muertos (1973), utilizando para estas dos últimas el habitual sistema de coproducción, esta vez con la Prodimex italiana.

Ivanna no es una gran película (1), ni una rareza, tampoco es 100 % terrorífica sino más bien un thriller gótico aderezado con la investigación policial al uso, siguiendo el usual canon de pueblo centroeuropeo donde acontecen varios asesinatos de señoritas sin esclarecer, aunque todo apunta al omnipresente castillo donde mora un siniestro conde que los lugareños acusan como principal responsable. Precisamente tras un asesinato llega una señorita al pueblo justo cuando se celebra el enterramiento de la última víctima, detalle necrófilo persistente en los guiones de Merino pues años después también iniciará La orgía de los muertos con idéntica situación. La joven, Ivanna Rakowsky (Erna Schurer) pregunta por el castillo del Conde Delmar y ni quisqui se ofrece a acompañarla salvo el afanado enterrador, un tipo casposo, rara-avis que, no sólo no se amedentra al llegar al castillo, sino la pone al corriente de los devaneos del misterioso Conde Janos Delmar, le amenaza conque ella será la siguiente y, de paso, intentará violarla. La chica logra zafarse y se presenta en el castillo como la investigadora a la que han contratado para no se qué experimentos –trasunto del abogado Jonathan Harper y sus asuntos inmobiliarios en Drácula- y tras hacerse el Conde el remolón ¿por la condición femenina de la joven? y el mosqueo generalizado del resto de damas de la servidumbre, el ama de llaves –odiosa y que, según parece, es algo más que un ama de llaves- y una –prometedora- sirvienta, el potentado le cuenta el objetivo de su trabajo: continuar los experimentos de su hermano fallecido en un incendio en el propio castillo, investigaciones dirigidas a lograr el elixir de la infinita juventud y, ya puestos, revivir el cadáver del susodicho, conservado en formol. Asistimos a un bizarro cambio de escenario dentro del palacete pues pasamos a un moderno laboratorio, envidia de todo mad doctor que se precie, escenario y tema que Merino repesca para La orgía de los muertos. A todo esto asistimos –no sin desgana- a los cambios de vestuario con lo último de la moda parisina de la sexy-investigadora, incluso a un reconfortante baño, y no somos los únicos pues adivinamos la presencia de un misterioso voyeur apostado en recodos escondidos en los aposentos de Ivanna. Y vuelve a quedar patente un detalle explotado también en la posterior La orgía, donde un libidinoso Paul Naschy practicaba similares tareas voyeurísticas en las carnes de María Pia Conte.

Aún en la primera parte del film tiene lugar para mi gusto uno de los planos más interesantes pues Ivanna, desfallecida en su cama por el efecto de un somnífero que alguien le ha echado en la leche, apenas capaz de soltar el libro que estaba leyendo sobre la mesilla cuando advierte una presencia extraña pues parece renacer despavorida. Importante es el fuera de campo pues finalmente asistimos a la aparición de un ominoso brazo en la esquina inferior izquierda de la pantalla. Corte a la oscuridad de una cámara de torturas donde una yacente Ivanna, que reta las buenas costumbres censoriales, es maniatada por una presencia que apenas adivinamos.

A todo ello añadiremos las pesquisas del sagaz inspector de turno, que como también ocurrirá en La orgía, trata de aclarar el entuerto y prender al asesino de las jóvenes. Pero como en la película posterior, también con guión del propio Merino, el thriller policiaco tan sólo es una mera excusa, un ingrediente más al abigarrado cóctel que sólo se desenredará en la recta final de la película.

Decíamos que Merino factura una primera parte muy interesante y salvable, donde se pone toda la carne en el asador. En cambio el desarrollo va siendo cada vez más previsible. La chica pronto se rinde a los encantos del Conde con lo que la trifulca con el Ama de llaves está asegurada, a la vez que la primera sigue siendo sedada para ser sodomizada por el misterioso ente y a la mañana siguiente todos tan contentos; la poli estrecha el cerco sobre el Conde, una suerte de caballeroso amante que las deja a todas pánfilas, que parece acusar un extraño mal: licántropía. En este sentido, el personaje del Conde y la atmósfera general de la película anticipan a mi entender bastante del tono que un par de años después perpetra Jordi Grau con su Ceremonia sangrienta (1972), otra coproducción con Italia donde otro Conde, un tal Ziemmer, interpretado por Espartaco Santoni, casado con la mítica Elizabeth Bathory, ponía otro tema en solfa –el vampirismo- pero con un talante comedido sin ser un film tampoco 100 % terrorífico, y sí desmitificador y realista. Por otro lado, la heroína meriniana comparte en los dos films reseñados del director un carácter dual, virginal pero impúdico al mismo tiempo, que también caracterizará a la Zurakowska en la posterior La Orgía.

Finalmente, tras mucho malentendido propiciado por un guión que, tras el prometedor inicio, reparte más cera de lo que puede, hasta resultar chirriante, y se descubre al verdadero responsable que decepciona un tanto tales eran las expectativas y la carne que se había puesto en el asador revelando un drama gótico familiar de proporciones algo menos felices que lo que al comienzo prometía, pero de esforzado entretenimiento.


Calificación: 5,5

(1) encima, el mal estado de la cinta que la reedición en VHS por Divisa, con continuos cortes y cambios de colores, incluso en la misma escena, no son de ayuda para calibrar en su justo valor la película.

 

Metemani , abril de 2004.

 

 

 

 

 




 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 



 

 

 


 

 

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