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Tras
sus reputados –por participaciones y premios conseguidos- cortometrajes -Back
room (1999) y Upside Down (2002)-, Guillem Morales, graduado por
la ESCAC, la Escuela de Estudios de Cine y Audiovisuales de Cataluña, donde
actualmente imparte clases, dirigió durante 2004 su debut en el
largometraje, El habitante incierto, que se ha estrenado, fugazmente, en los
cines a finales de este 2005.
Todo es novedoso en esta película, el guión que es el
primero del propio director; el director de fotografía es el debutante Sergi
Bartrolí; la banda sonora está compuesta por el también debutante Marc
Vaíllo,
y, es
la primera producción de "Está vivo! Laboratorio de Nuevos Talentos", un
nuevo sello cinematográfico de la productora barcelonesa Rodar y Rodar.
Hasta la fecha, la película ha sido la ganadora de la undécima edición del
FANT, el Festival de Cine Fantástico de Bilbao y obtuvo el premio a la mejor
actriz (Mónica López) en el festival de Sitges 2004. En el momento de
escribir estas líneas, nos enteramos de su nominación al Goya 2005 a la
mejor dirección novel. Y para el que esto escribe, la competente opera prima
de Guillem Morales es una gratificante película y lo más interesante de lo
visto hasta la fecha de la cosecha fantaterrorífica nacional del año.
Trataré de explicar porqué.
En el
trabajo de documentación sobre el director y su obra, hallé en el argumento
de su trabajo de graduación, el corto ya referenciado Back room, donde
cinco individuos se encuentran dentro de un cuarto oscuro en una
discoteca y entre ellos se establecerán una serie de relaciones sexuales,
..., un anticipo del argumento del film que nos ocupa, un psico-thriller
que gusta también de los espacios reducidos y atmósferas opresivas pues nos
relata los avatares de Félix –interpretado por Andoni Gracia-, un joven
arquitecto de éxito, que en pleno conflicto sentimental, pues sufre el
abandono de su chica, Vera (Mónica López), abatido, sólo en esta marejada
personal, recibe la visita de un extraño personaje –fugaz aparición de
Agustí Villaronga, verdadero icono del fantastique patrio, que se
consagra en su faceta de puntuales interpretaciones de los personajes
sórdidos de la función, como también hiciera en El celo (Antonio Aloy,
1999)- que desaparece tan misteriosamente como surgió. La creciente soledad
de Félix deviene en locura pues cree que el tal sujeto permanece escondido
en su propia casa.
Guillem Morales ha escrito en la propia presentación del film: “El
habitante incierto no es exactamente un thriller aunque pueda llegar a ser
angustiante. Tampoco una comedia, aunque tiene momentos de humor. Ni se
trata exactamente de un drama, aunque los personajes sufran mucho y lloren
como el que más. Es una película incierta como su propio título indica”.
Yo añadiré que, ciertamente, tampoco es un film de horror, sino que la
angustia creciente está sabiamente dosificada y las innumerables secuencias
de paseos por la casa en la que Félix busca denodadamente a su misterioso
inquilino, presa fácil en otro caso, no en este, para la pirotecnia
efectista y el susto fácil, no restan ritmo al film sino que van haciéndonos
cómplices y testigos del declive personal que sufre el
protagonista. Si
acaso, se saldan con un contrapunto semi-cómico en la secuencia del
estrangulamiento del perro y su dueña en la escalera de la siniestra casa de
Félix. Porque la casa, los interiores de esas casas semivacías en oposición
al barullo de la vida cotidiana, no digamos familiar, es el tercer
protagonista, sino el primero; de hecho el film se abre con una secuencia en
contra-picado con la imagen de la casa de paredes blancas, amenazante, sobre
el telón del atardecer, con claras reminiscencias a los films USA ochenteros
sobre casas inmundas, herederas, a su vez, del clásico Psicosis (Alfred
Hitchcock, 1960). En otra ocasión más, la aludida aparición del
siniestro hombre de negro que aguarda en la calle solitaria y nocturna, es
susceptible de recordar en otra obra fetiche del género, al larguirucho y
siniestro Max Von Sydow de El Exorcista (William Friedkin, 1973).
Pero son alusiones infundadas, el autor parece tocar estos antecedentes
turbios para esbozar unas expectativas horroríficas que pronto se tornaran
en secuencias no por ello menos angustiosas ni menos gratificantes. Decíamos
que el film transcurre en su práctica totalidad en interiores: el interior
de la casa de Félix durante la noche, esa oscuridad solitaria de la él huye.
Una vez duerme fuera en su coche, huyendo del terror que le asalta. En otra
secuencia, resulta paradójico que el interior del nuevo piso al que se ha
ido a vivir Vera, de tan sólo 40 m2 si oí bien, además de alinearse con la
nueva política de vivienda de la ministra actual, esté fotografiado con una
blancura intensa, y resulte incluso más amplio que la por el contrario mucho
más espaciosa vivienda anterior de la pareja, ahora oscura y solitaria. De
hecho, por un momento la conversación de estos en aquella se interrumpe
porque un vecino pasa caminando como Pedro por su casa junto a uno de
los ventanales del piso, matiz de guión, que enfatiza la normalidad que vive
Vera tras su huída en contraposición a la anormalidad que vive el paria
Félix en su casa solitaria pero con fugaz inquilino.
El habitante incierto es un thriller cotidiano,
de los que plantean los miedos que nos rodean, nos acechan a diario, la
soledad, la oscuridad, la incomprensión del otro. En la película todos
tienen un habitante incierto, desde el propio Félix, que desata la trama,
sin que quede claro si este inquilino es real o ficción, fruto de la
creciente locura o pavor que siente el hombre ante su destino incierto, pero
Vera también lo tiene, como se descubre en la escena que cierra el film,
ante la desesperada mirada de su pareja. En este sentido, el guión de
Morales plantea un desdoblamiento, a partir de la escena, en que Félix en el
momento álgido de su locura, cuando parece haber puesto fin a su mal, parece
saltar a otra dimensión, un nuevo escenario que se va planteando,
fascinante, en los siguientes minutos, pues este va a pasar de loco acosado
a inquilino invisible en la casa de una vecina, que interpreta la misma
actriz, Mónica López, una chica impedida que pasa su vida en una silla de
ruedas esperando o temiendo la aparición
de
su marido ¿desaparecido?. Surgen escenas en clave romántica, otra historia
de amor entre ambos o la misma, pues a través de Félix vemos a la misma
chica. La estupenda trama planteada por Morales se presta a múltiples
interrogantes e interpretaciones. ¿O no es una doblez metafórica la aparente
felicidad que vive la otra Vera, sola a diario, impedida, que rehuye,
incluso, la presencia de otros? En este sentido resulta simbólica la escena
de delirio onanista compartida por ambos. Hasta la secuencia, ya en la recta
final de la película, de la fiesta, que se abre con una escena formidable
pues por un momento el incierto y reptante habitante oculto Félix parece
rodeado de de otras muchas figuras a la vez escondidas, feliz prolegómeno de
la aparición sorpresa de los otros en la fiesta en casa de la vecina. Otra
vez el desdoblamiento o esa metafórica incertidumbre pues el film tiene
también una cierta estructura circular, de vuelta, al final sabemos que el
mismo habitante que permanece oculto en la casa o en la mente de Félix,
coincide con el que se espera en la otra casa, la de la vecina, pues aquí la
realidad se quiere ocultar a sabiendas, el supuesto consorte desparecido
permanece encerrado en el sótano, donde mora, como apenas intuíamos en la
casa de Félix, y ambos confluyen en la fugaz interpretación de Villaronga.
Estructuras, problemáticas simétricas que convergen en ese desasosegante
final, hasta las dos casas, la de Félix de la que huye primero, y la
siguiente, en la que se oculta, parecen casi iguales.
Guillem ha planteado un ejercicio fílmico de indudable interés, a ratos, los
más, francamente inquietantes, merced a una puesta en escena justa y eficaz,
al servicio de una historia, el guión, lo mejor, atractivo, una trama de
horror cotidiano sobre la soledad en que se abaten los personajes.
Calificación: 6,5. Diciembre de 2005.
SulfaMan.
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