C R Í T I C A
EL CEBO

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No es un film 100% fantaterrorífico, más bien un thriller policiaco, negro, con un toque de horror, sobre un serial-killer. Tampoco es netamente español, pues es coproducción con Suiza rodado íntegramente en aquel país con una masiva presencia internacional, pero la plena adscripción a nuestra filmografía del ex-húngaro nacionalizado Vajda, así como el apetito de vislumbrar emociones fantásticas en el cuasi-virgen    cine patrio en este sentido hace que este título aparezca en los textos de referencia sobre el género como film pionero del mismo en nuestro país. De hecho, otro trabajo suyo rodado al igual que El Cebo en 1958, Un ángel pasó por Brooklyn, y 4 años atrás, Marcelino pan y vino, estos sí plenamente de aquí, contenían también crepusculares momentos fantásticos.

Empieza y termina en el bosque como misterioso y fatídico lugar que esconde el crimen. Es el escenario donde sale a la luz la verdad oculta de los personajes: de las niñas, su soledad y ansia de cariño y magia, y del asesino, el mal. Entre medias se desarrolla una trama de prodigiosa sencillez en 2 partes fundamentales que vertebran el film: el asesinato inicial y planteamiento del misterio visto desde la perspectiva de la investigación que desarrolla la policia, que sigue unas coordenadas de típica intriga policiaca, y una 2a parte, centrada en las pesquisas del obstinado ex-comisario Matthaei (Heinz Rühmann), más íntima, donde se manifiestan las tensiones personales, el asesino y el desenlace.

 

       

 

Las referencias estilísticas pueden ser las aportaciones de los clásicos americanos al género negro en los 40, los Ray, Lang, o Turneour, en especial, la 2a parte con el retiro al campo del protagonista, remiten claramente a éstos. Asimismo, el clima de la película elude voluntariamente toda sensación de suspense, tan sólo apuntado por los crescendos un tanto excesivos de la banda sonora que anticipa los momentos siniestros; vemos al asesino desde la mitad, y las escenas cumbre como la del desenlace final el climax se sublima primando el lirismo sobre lo trágico o grotesco; en este sentido

 

 

 

es notable la sustitución que el detective hace del asesino para aplacar con su magia el miedo de la niña, tranquilizarla y quien sabe si llenar en su corazon infantil el vacío de la falta de un amigo-padre; la sangre manando invisible a la niña es el detalle que apuntala la escena. Hay también una beta expresionista evidente en el tratamiento del personaje maléfico, interpretado por Gert Fröbe, que primero aparece tan sólo insinuado en un dibujo de colegio y luego en una de las más interesantes escenas con su figura alta, negra surgiendo contrastada en la espesura del bosque trasmite un metaterror aún hoy alucinante y doblemente expresivo con lo que ha llovido desde entonces. Otro detalle macabro es el símbolo de la cabra que aparece en la matrícula del coche del asesino como distintivo de la provincia donde reside. El lenguaje cinematográfico adquiere todas sus posibilidades, economía, pues no sobra un plano, y expresividad. Planos como el de los dos protagonistas policia-asesino tras el cristal del escaparate de una tienda de muñecas mientras el investigador espía y adivina las bajas pasiones del criminal resolviendo a su vez el medio que utilizará para atraparle, dándole gato por liebre. O el del asesino en el WC fotografiado en contrapicado con la navaja de afeitar, arma del delito, en primer plano ante su obseso rostro, lo que termina de revelar si quedaba alguna duda la pretensión siguiente del asesino. El guión, que firma el propio Vajda, basado en un relato de Friedrich Durrumatt que ha dado pie a otra reciente adaptación para el cine, El juramento (The pledge) dirigida por el también actor Sean Penn y protagonizada por Jack Nicholson, es muy efectivo, de casta le viene al galgo, pues su padre había sido guionista en Hollywood.

En suma, el horror cotidiano latente en este notable thriller noir policiaco, que tan buenos resultados sigue dando en la actualidad en unos casos, los menos, digamos D. Lynch, o que deviene en infumables, artificiosos y vacíos productos, en la mayor parte, que en nada se parecen al ejemplar film que comentamos.

Calificación:
7 (sobre 10).

G. R. , octubre de 2002.