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Tony Kendall es "Jack Marlowe"

 


Esperanza Roy es "Vivian"

 


Loretta Tovar es "Moncha"

 


Fernando Sancho es "Alcalde Duncan"

 


Frank Braña es "Dacosta"


 


José Canalejas es "Murdo"

 


Luis Barboo es el "Jefe templario"

 

 


 


 

 


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Amando de Ossorio produce, dirige y escribe su segunda película del ciclo de los caballeros templarios asesinos en 1972, en plena edad de oro del fantaterror español, sólo un año después de inaugurar esa gozosa saga con La noche del terror ciego.

Este segundo film continua los planteamientos apuntados en el previo, siendo una historia independiente de la primera, donde los siniestros caballeros resucitan de sus tumbas milenarias en una vieja abadía, al parecer la misma que sirvió de escenario en la primera peli, pues, de hecho, a decir de los entendidos, se aprovechó material rodado con ocasión de aquella. Decíamos que dicha resurrección tiene lugar esta vez con ocasión de la celebración por los paisanos del pueblo cercano de una fiesta donde se conmemora precisamente el aniversario de la quema de los templarios por los antepasados del lugar, hartos de la crueldad extrema de los del Temple. Así, el film se abre a modo de introducción, con una escena de idéntico talante hiperrealista que el exhibido en similar secuencia en el primero, donde una joven campesina cruelmente amordazada atada a unas aspas clavadas en el suelo, es víctima de un sacrificio a manos de los templarios en un ritual para beber su sangre. Pero lo que en La noche era una secuencia de lo más significativo de la película, felizmente planificada, más larga, que servía de flashback histórico para presentarnos a los sangrientos asesinos y sus pecaminosas intenciones, en El ataque es una corta escena que abre inmediatamente la peli a modo de epatante inicio de corte hitchockiano con el órgano de Tony Abril chirriando y los gritos de la desdichada joven al máximo para pasar sin apenas solución de continuidad, en el bastardo estilo de montaje conque el peculiar Antonio Rojo nos acostumbró desde la anterior, al apresamiento y quema de los templarios por la gente del pueblo no sin antes quemarles los ojos para acrecentar su indefensión si acaso pretendieran volver, avisados aquellos de su inmortalidad. Por lo demás ambos films comparten aciertos y problemas: si el primero centraba su metraje en la abadía y el hostigamiento y encierro de los protagonistas en ella, pues en la segunda, similar encierro eclesiástico sufren los protas al escapar de los zombis medievales. No obstante, El Ataque posee un tono de cine aventurero más vivaz, pues lo que en el primero era laxitud e interminables planos del resucitar y avance templario, aquí parece que los atávicos personajes se desmelenan y hay persecuciones a caballo por doquier, con salvajes escenas de asalto cebándose en los lugareños como si los caballeros en cuestión hubieran hecho un curso acelerado de desentumecimiento y manejo de tizonas. Pese a la precariedad de la realización y medios (el apuntado deficiente montaje; las noches americanas son, como en la primera, de cárcel, incurriendo en defectos de raccord al alternar la resurrección templaria con las farragosas escenas de la celebración con los fuegos artificiales nocturnos; defectuosos encuadres y planificación de planos, si bien, según se mire, en plena vorágine B, puede resultar un atractivo añadido pues nunca sabes por donde te van a salir) cabe apuntar una serie de innovaciones en la iconografía templaria ossoriana:

1)
      los caballos, como descubre una desmelenada Loretta Tovar, en la peli la que más corre con diferencia, también son zombis,

2)
      los templarios tiene sus puntos débiles, cualidad terrenal que no se vislumbraba en su predecesora, pues son cegatos perdidos y persiguen a sus víctimas atraídos por sus alaridos, y odian el fuego,

3)
      el advenimiento del día supone su extinción, al menos eso sucede en esta ocasión contrariamente a lo que ocurría en la primera.

Para solazarnos en la precariedad argumentada, baste citar algunas escenas:

-
         aquella en la que el villano alcalde del pueblo (impagable icono de todo el cine de destajo de sesión doble, serie B y Z, spaghetti westerns, etc. de la época, Fernando Sancho) trata de huir del encierro en la iglesia valiéndose de la pobre niña, que concita la atención y acoso templario, para luego quedar en off, pues el hombre termina pereciendo intentando arrancar infructuosamente el oportuno coche para escapar. Habiendo olvidado ya la triste suerte de la chiquilla, resulta que aparece pasados unos minutos, desbaratado recurso del cine para sorprender al espectador, alertada la madre por su desaparición, la pobre permanece en un recodo de la plaza no se sabe bien si inmovilizada presa del pánico o por un cuchillo que la retenía clavadas sus ropas a la pared, pero ¿clavado por quien?, y,

-
         la escena en que los templarios acosan la estación, pues es el guardia nocturno el que previene a los del pueblo de la resurrección templaria, es todo un prodigio de planificación cutre y de cómo solventar sin imaginación ni éxito la escena del malo hostigando desde el fuera de campo,

u otras de celebrado tinte jocoso:

-
         el primer intento templario de someter a los encerrados se salda con el triunfo de los acusados resuelto con la defensa a golpe de ¡soplete! con el que queman a uno de los no-muertos,

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         la infructuosa llamada de socorro al gobernador de la comarca, que incrédulo continua su noche orgiástica,

-
         la típica escena de amor ossoriana de viejos amigos que se reencuentran, como sucedía con las protagonistas femeninas en La noche del terror ciego, ocurre también aquí entre el galán Marlowe (Tony Kendall) y a la sazón empresario organizador del festejo del pueblo, y Vivian (Esperanza Roy) en un idílico paseo por la abadía templaria que se salda con un alimenticio revolcón que a punto está de levantar de sus fosas a sus siniestros moradores como ya ocurría en cierta ocasión de la precuela, sino es por la oportuna aparición del jorobado encargado Murdo (José Canalejas) –es el año de ese otro ilustre chepudo Gotho interpretado por Paul Naschy en El jorobado de la morgue-, que aprovecha para alertar a los tórtolos del cercano peligro que se abatirá sobre el pueblo.

El ataque de los muertos sin ojos es un digno film si se sabe disfrutar en su justa medida, incluso dueño de una mitología propia, sólo apto para degustadores del más casposo y genuino cine de género, que pese a sus carencias y defectos, asegura el entretenimiento de una audiencia tan benévola como entregada al disfrute de los emocionantes avatares terroríficos “made in Spain”.
 

Calificación: 5 (sobre 10).

Matabarbis, diciembre de 2004.

 

 

 

 

 

 

 





 





 

 

 

 

 

 

 

 

 





 


 

 

 




 

 

 

 

 

 

 


 

 

 



 

 

 

 



 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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