EL
LABERINTO DEL FAUNO |
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Guillermo del Toro ha co-producido, escrito y dirigido el sexto largometraje de su filmografía de cuya trama cabe resaltar el recurso a la evasión imaginativa en un entorno hostil, la de una niña en un escenario bélico, coraza imprescindible en tiempos críticos, aunque el principal problema del film es precisamente eso, la falta de imaginación. Porque todo es predecible, carente de interés, ya planteado. Este Laberinto es una fotocopia del que rodara en el 2000, El espinazo del diablo, constituyendo acaso un díptico del director de Hellboy sobre divagaciones fantásticas en un contexto guerracivilista. En aquella ocasión planteó una historia de fantasmas en un internado, ambientado por circunstancias de producción en un entorno de posguerra civil española. Una película sin resultados dignos de mi devoción pero correcta, que jugaba la baza de combinar efectivamente los dos entornos aparentemente desiguales: el escenario dramático de la posguerra, un claroscuro en la mejor tradición del cine realista patrio y el sugerente (y tan de moda) cuento de fantasmas de la infancia atrapados en un colegio. La atmósfera conseguida, sin llegar al sugerente ambiente malsano logrado por Agustí Villaronga en Tras el cristal (1985), apoyada en el duelo interpretativo del trío Luppi-Paredes-Noriega, resulta de mayor enjundia que el planteado ahora por el director de Jalisco. La niña Ofelia está muy bien interpretada por la joven actriz Ivana Baquero que a pesar de sus sólo 12 años de edad atesora ya una amplia experiencia en films del género (Romasanta, Rottweiler, Frágiles, Cuento de navidad); Ariadna Gil, que interpreta a Carmen, la madre de Ofelia, está simplemente histriónica; Maribel Verdú, el ama de llaves de la casa, está correcta; el eficaz Sergi López da buena cuenta de su papel del malo de la función, el padrastro de Ofelia, el capitán Vidal, un tipo que además de disfrutar haciendo el mal al prójimo, vive obsesionado, en primer lugar, por el buen funcionamiento del reloj que, parcialmente roto, heredó de su padre, otro célebre militar, muerto en campaña, y, adicionalmente, con su deseo de perpetuarse a cualquier precio en el hijo que Carmen está a punto de dar a luz. Prescindiremos de comentarios de tipo psicológico al respecto. Completa el elenco el famoso fauno, que interpreta el actor fetiche del director mejicano, el inefable Doug Jones. Pero la efectiva dirección de actores no contenta porque falla la historia; no hay chispa, no hay magia en las escenas entre Ofelia y el fauno, rodadas con nocturnidad -una oscuridad que es incluso exasperante- y sin alevosía; no hay ni pizca de suspense en las pruebas que el extraño personaje plantea a la niña. La otra dimensión de la peli, la de la dura realidad, ralla el maniqueísmo, chirría. Lo que en El espinazo era un triste, desolado, telón de fondo, está aquí resaltado hasta la extenuación: el malo es un auténtico hijodeputa, ya lo podemos imaginar; el capitán parece un emulo de Adolf Hitler; los del maquis luchan por la libertad, también sabemos del infortunio de sus proyectos. Salvemos algunos momentos interesantes, como la llegada de Ofelia a la casa de la montaña, en el prometedor comienzo de la cinta, donde se despliega ya esa dualidad que va a presidir el film los siniestros vehículos nacionales escoltados por los grises y el rostro alucinado de ella al contemplar el saltarín deambular de un insecto palo, al que toma por un hada. En la parte de hazañas bélicas, la muerte del médico, protagonizado por Alex Angulo, a manos del fascista capitán, quien le dispara por la espalda, a lo lejos, con el tiro en off escondido por el sonido de la lluvia; triste final para el pobre doctor que se salta el régimen por haber administrado la inyección letal a un no menos jodido resistente hecho unos zorros tras la tortura de rigor. Parecidas alegorías anti-fascistas también las recordamos en su más reciente producción USA Hellboy. Pero allí nadaban en las disfrutables aguas de la aventura desaforada con efluvios de comic. Aquí, en cambio, la mayor parte del metraje discurre en lo previsible. Hay algún error que se me antoja de bulto al introducir dólmenes y demás decorados de estilo azteca, más propios de una epopeya a lo Indiana Jones que de un bosque del norte peninsular. Y para colofón la última escena familiar con Ofelia salvada entrando jubilosa en el reino de las hadas presidido por sus padres, invita a la risa nerviosa. Sólo en el tramo final el guión parece redimirse al entrecruzar ambas dimensiones. El fauno se vuelve a ratos tan agobiante e irracional como el tal Vidal; el oprimido maquis resucita de sus cenizas, gracias al buen hacer de la obstinada colaboracionista ama de llaves, una gran, y casi famélica, Verdú, toma las riendas de la situación y ganan los buenos, los oprimidos, ¡que imaginación! aunque arrastre consigo a la inocente Ofelia. Pero el resultado final defrauda y es inferior al conseguido en sus films USA más celebrados, buenas pelis de aventuras fantásticas sin pretensiones, así como respecto a la española anterior.
David Link, noviembre de 2006. |
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