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Amando
de Ossorio produce, dirige y escribe su segunda película del ciclo de
los caballeros templarios asesinos en 1972, en plena edad de oro del
fantaterror español, sólo un año después de inaugurar esa gozosa saga
con La noche del terror ciego.
Este
segundo film continua los planteamientos apuntados en el previo, siendo
una historia independiente de la primera, donde los siniestros
caballeros resucitan de sus tumbas milenarias en una vieja abadía, al
parecer la misma que sirvió de escenario en la primera peli, pues, de
hecho, a decir de los entendidos, se aprovechó material rodado con
ocasión de aquella. Decíamos que dicha resurrección tiene lugar esta vez
con ocasión de la celebración por los paisanos del pueblo cercano de una
fiesta donde se conmemora precisamente el aniversario de la quema de los
templarios por los antepasados del lugar, hartos de la crueldad extrema
de los del Temple. Así, el film se abre a modo de introducción, con una
escena de idéntico talante hiperrealista que el exhibido en similar
secuencia en el primero, donde una joven campesina cruelmente amordazada
atada a unas aspas clavadas en el suelo, es víctima de un sacrificio a
manos de los templarios en un ritual para beber su sangre. Pero lo que
en La noche era una secuencia de lo más significativo de la película,
felizmente planificada, más larga, que servía de flashback
histórico para presentarnos a los sangrientos asesinos y sus pecaminosas
intenciones, en El ataque es una corta escena que abre inmediatamente la
peli a modo de epatante inicio de corte hitchockiano con el órgano de
Tony Abril chirriando y los gritos de la desdichada joven al máximo
para pasar sin apenas solución de continuidad, en el bastardo estilo de
montaje conque el peculiar Antonio Rojo nos acostumbró desde la
anterior, al apresamiento y quema de los templarios por la gente del
pueblo no sin antes quemarles los ojos para acrecentar su indefensión si
acaso pretendieran volver, avisados aquellos de su inmortalidad. Por lo
demás ambos films comparten aciertos y problemas: si el primero centraba
su metraje en la abadía y el hostigamiento y encierro de los
protagonistas en ella, pues en la segunda, similar encierro eclesiástico
sufren los protas al escapar de los zombis medievales. No obstante, El
Ataque posee un tono de cine aventurero más vivaz, pues lo que en el
primero era laxitud e interminables planos del resucitar y avance
templario, aquí parece que los atávicos personajes se desmelenan y hay
persecuciones a caballo por doquier, con salvajes escenas de asalto
cebándose en los lugareños como si los caballeros en cuestión hubieran
hecho un curso acelerado de desentumecimiento y manejo de tizonas. Pese
a la precariedad de la realización y medios (el apuntado deficiente
montaje; las noches americanas son, como en la primera, de cárcel,
incurriendo en defectos de raccord al alternar la resurrección
templaria con las farragosas escenas de la celebración con los fuegos
artificiales nocturnos; defectuosos encuadres y planificación de planos,
si bien, según se mire, en plena vorágine B, puede resultar un atractivo
añadido pues nunca sabes por donde te van a salir) cabe apuntar una
serie de innovaciones en la iconografía templaria ossoriana:
1)
los caballos,
como descubre una desmelenada Loretta Tovar, en la peli la que
más corre con diferencia, también son zombis,
2)
los templarios
tiene sus puntos débiles, cualidad terrenal que no se vislumbraba en su
predecesora, pues son cegatos perdidos y persiguen a sus víctimas
atraídos por sus alaridos, y odian el fuego,
3)
el advenimiento
del día supone su extinción, al menos eso sucede en esta ocasión
contrariamente a lo que ocurría en la primera.
Para
solazarnos en la precariedad argumentada, baste citar algunas escenas:
-
aquella en la
que el villano alcalde del pueblo (impagable icono de todo el cine de
destajo de sesión doble, serie B y Z, spaghetti westerns, etc. de
la época, Fernando Sancho) trata de huir del encierro en la iglesia
valiéndose de la pobre niña, que concita la atención y acoso templario,
para luego quedar en off, pues el hombre termina pereciendo
intentando arrancar infructuosamente el oportuno coche para escapar.
Habiendo olvidado ya la triste suerte de la chiquilla, resulta que
aparece pasados unos minutos, desbaratado recurso del cine para
sorprender al espectador, alertada la madre por su desaparición, la
pobre permanece en un recodo de la plaza no se sabe bien si inmovilizada
presa del pánico o por un cuchillo que la retenía clavadas sus ropas a
la pared, pero ¿clavado por quien?, y,
-
la escena en que
los templarios acosan la estación, pues es el guardia nocturno el que
previene a los del pueblo de la resurrección templaria, es todo un
prodigio de planificación cutre y de cómo solventar sin imaginación ni
éxito la escena del malo hostigando desde el fuera de campo,
u otras
de celebrado tinte jocoso:
-
el primer
intento templario de someter a los encerrados se salda con el triunfo de
los acusados resuelto con la defensa a golpe de ¡soplete! con el que
queman a uno de los no-muertos,
-
la infructuosa
llamada de socorro al gobernador de la comarca, que incrédulo continua
su noche orgiástica,
-
la típica escena
de amor ossoriana de viejos amigos que se reencuentran, como sucedía con
las protagonistas femeninas en La noche del terror ciego, ocurre también
aquí entre el galán Marlowe (Tony Kendall) y a la sazón
empresario organizador del festejo del pueblo, y Vivian
(Esperanza Roy) en un idílico paseo por la abadía templaria que se salda
con un alimenticio revolcón que a punto está de levantar de sus fosas a
sus siniestros moradores como ya ocurría en cierta ocasión de la
precuela, sino es por la oportuna aparición del jorobado encargado
Murdo (José Canalejas) –es el año de ese otro ilustre chepudo
Gotho interpretado por Paul Naschy en El jorobado de la
morgue-, que aprovecha para alertar a los tórtolos del cercano peligro
que se abatirá sobre el pueblo.
El ataque de los muertos sin ojos es un digno film si se
sabe disfrutar en su justa medida, incluso dueño de una mitología
propia, sólo apto para degustadores del más casposo y genuino cine de
género, que pese a sus carencias y defectos, asegura el entretenimiento
de una audiencia tan benévola como entregada al disfrute de los
emocionantes avatares terroríficos “made in Spain”.
Calificación: 5 (sobre 10).
Matabarbis,
diciembre de 2004.
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